El fundidor de campanas

En los tres años que llevo recorriendo España con Aquí la Tierra he tenido la gran suerte de conocer a muchos artesanos. Personas que con enorme esfuerzo y cariño mantienen oficios tradicionales muy antiguos que durante años fueron el sustento de muchas familias pero que hoy en día ya no resultan rentables y van cayendo en el olvido.

Hoy quiero contaros la historia de uno de los que más me han impactado, Abel Portilla, el campanero de Vierna en Cantabria.

Abel nació en una familia de campaneros. Su padre lo fue y su abuelo también, así que el taller de fundición era su casa y su mayor anhelo al salir de la escuela, era correr hasta allí para no perder detalle de todo lo que se cocía.

Cuando llegué con el equipo al taller de Abel recuerdo que nos quedamos impresionados. Era un espacio totalmente diáfano, abierto a un precioso prado verde. Parecía como si el tiempo se hubiera parado allí, o como si nosotros nos hubiésemos tele-transportado directamente a la Edad Media.

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Lo siguiente que me llamó la atención fue la manera en la que Abel me iba relatando las cosas. Parecía que le salían chispas de los ojos, como cuando un niño pequeño cuenta sus travesuras.

La elaboración de una campana no es un asunto menor. Se requiere de unos conocimientos muy amplios en distintas disciplinas y técnicas y hay que dedicarle muchos años hasta llegar a dominar el oficio.

Pero la complejidad del trabajo de fundidor Abel la sorteó de una manera muy sencilla. Antes de empezar a rodar el proceso le pido a Abel que intente explicármelo como si fuera una niña de 6 años. Abel me dice, “no hay problema”. Entonces empezamos a grabar y le pregunto por dónde se empieza a hacer una campana. Y él me responde, “por el molde”. “Esto es como cuando un niño quiere hacer un castillo de arena en la playa. Coge un cubo y lo llena de tierra, no? Pues esto es igual”. No podía haber una manera más clara de explicarlo.

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Y al mismo tiempo que me responde eso me cuenta que las campanas se siguen haciendo de la misma manera que se hacían en tiempos de Miguel Ángel, en pleno Renacimiento. La técnica prácticamente no ha cambiado desde entonces. Cuando el molde está terminado llega el momento de fundir el cobre y rellenar ese molde. El cobre se funde en el horno a unos mil cien grados de temperatura y para realizar esta fase Abel echa mano de un ayudante, su amigo Javier, que se está iniciando en el mundo del campanero. Al volcar el cobre sobre el molde pueden saltar chispas y por eso Javier va vestido con una especie de túnica ignífuga hecha de lino.

Me pareció muy curioso ver al grupillo de vecinos del pueblo que se congregaban alrededor del taller de Abel para verle trabajar. Imaginé que sería porque estaban allí nuestras cámaras. Pero al preguntar, me dijeron que iban allí casi cada día, imagino que fascinados como yo con el trabajo que realiza Portillo. Y es que el taller está abierto a todo el que quiera visitarlo. Así que si pasáis por esa zona no dudéis en ir a conocer a Abel.

Siguiendo con el proceso, una vez se ha volcado el cobre ya hay que esperar a que se enfríe para poder sacar la campana del molde y comprobar si se trata de una campana macho o hembra. Y ahí viene la pregunta: ¿y en qué se diferencian? “Pues en el sonido”.

Y es que ser fundidor de campanas requiere lógicamente de un buen oído y de amplios conocimientos musicales. Porque no todas las campanas suenan igual, ni van a tener la misma función.

Durante siglos la campana ha sido un instrumento de suma importancia para los pueblos. Era la que avisaba de los ataques de los enemigos, la que alertaba sobre la llegada de una tormenta, de un fuego, de una muerte, existía todo un lenguaje de las campanas. Así que dedicarse a fundirlas implicaba una enorme responsabilidad.

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El fundidor de campanas debe conocer el lenguaje que éstas utilizan. Y también debe saber que la campana no suena igual si hace sol o si llueve. Por eso muchos artesanos campaneros también son maestros tañedores, es decir, que enseñan cómo tocar las campanas.

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Es el caso de Abel, que en su precioso prado verde, ha montado una escuela de campaneros para enseñar el oficio de tocador a todo aquél que quiera aprenderlo.

Antes de marcharme Abel nos quiso enseñar su joya más preciada, una campana de diez mil kilos que lleva años construyendo. Quiere que los barcos que navegan a casi cien kilómetros de distancia la escuchen sonar desde el puerto, y estoy segura de que lo conseguirá.


Aquí os dejo el enlace de los reportajes  de la construcción de las campanas y de la escuela de tañedores por si queréis echarles un vistazo.

2 Comentarios Agrega el tuyo

  1. realizadoradesueños dice:

    qué chulo, Cristina!

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  2. ladisfrutona dice:

    Siii!! Es una pasada! Merece una visita!!

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